La cumbia

Por Jorge Artel (Agapito de Arcos)

∗ Cartagena de Indias, Colombia  (1909) - Malambo, Colombia (1994) - Poeta |

Hay un llanto de gaitas
diluido en la noche.
Y la noche, metida en ron costeño,
bate sus alas frías
sobre la playa en penumbra,
que estremece el rumor de los vientos porteños.

Amalgama de sombras y de luces de esperma,
la cumbia frenética,
la diabólica cumbia,
pone a cabalgar su ritmo oscuro
sobre las caderas ágiles
de las sensuales hembras.
Y la tierra,
como una axila cálida de negra,
su agrio vaho levanta, denso de temblor,
bajo los pies furiosos
que amasan golpes de tambor.
El humano anillo apretado
es un carrusel de carne y hueso,
confuso de gritos ebrios
y sudor de marineros,
de mujeres que saben
a la tibia brea del puerto,
al yodo fresco del mar
y al aire de los astilleros.

Se mueve como una sierpe
sonora de cascabeles,
al compás de los chasquidos
que las maracas alegres
salpican sobre las horas
desmelenadas de ruidos.

Es un dragón enroscado
brotado de cien cabezas,
que muerde su propia cola
con sus fauces gigantescas.
¡Cumbia! —¡danza negra, danza de mi tierra!—
¡Toda una raza grita
en esos gestos eléctricos,
por la contorsionada pirueta
de los muslos epilépticos!
Trota una añoranza de selvas
y de hogueras encendidas,
que trae de los tiempos muertos
un coro de voces vivas.
Late un recuerdo aborigen,
una africana aspereza,
sobre el cuero curtido donde los tamborileros,
—sonámbulos dioses nuevos que repican alegría—
aprendieron a hacer el trueno
con sus manos nudosas,
todopoderosas para la algarabía.

¡Cumbia! Mis abuelos bailaron
la música sensual. Viejos vagabundos
que eran negros, terror de pendencieros
y de cumbiamberos
en otras cumbias lejanas,
a la orilla del mar…

Ilustración: Alejandro Barbeito

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