Rebelión de las hormigas

Por Alberto Suárez

∗ Catamarca - Escritor, músico y compositor |

 Aquel domingo, y debido a que un amigo periodista me pidió que lo llevara a visitar a un escritor, terminé aprendiendo de un ciruelo.

Él estaba sin coche, la casa quedaba en las afueras y tenía acordada una entrevista.

Serían las cinco de la tarde cuando llegamos. Había una mesa dispuesta al aire libre, debajo de un gran nogal.

Acepté el café que nos invitaron y me mantuve al margen de las preguntas y respuestas que comenzaron de inmediato.

Una luz verde titilaba en el pequeño grabador mientras el escritor, un hombre mayor, de barba muy cuidada, fumaba una pipa curva.

Allí me distraje observando la vegetación circundante hasta que advertí a un costado, y muy cerca nuestro, el ciruelo: Estaba quedando parecido a esos cortes de pelo en los que no se discierne bien el concepto que tuvo el peluquero (o el gusto del sujeto portador del peinado).

Alguna que otra rama lateral aún con hojas, y el centro y la copa totalmente pelados.

Era una planta joven, de unos tres años a lo sumo, y las hormigas subían y bajaban con un entusiasmo frenético.

Fue en ese instante que mi amigo interrumpió la nota para utilizar el teléfono; y el escritor percatándose de mi curiosidad comenzó a darme una larga explicación.

-Se debe a mi madre que ya es anciana y el año pasado usó veneno.

Yo lo observaba sin decir nada.

-Se sublevaron y contraatacan. Las hormigas estaban antes, mucho antes de que llegáramos nosotros. Y se trata de convivir. Ellas lo asumen, si uno las entiende y desarrolla sus quehaceres respetando los suyos…

Acá me di cuenta de que hablaba de las hormigas como habitantes previos a la aparición nuestra en la tierra. No atendí una cantidad de detalles, porque la idea me produjo ese tipo de asombro ante la temporalidad que me marea.

Se me presentó en la memoria una situación en la que, contemplando un arrayán altísimo, alguien dijo que tenía dos mil quinientos años; y yo me lo imaginé vivito y coleando mientras Sócrates pronunciaba su cognoscere ipsum sin haber siquiera bebido la copa de cicuta.

Así de poético me estaba poniendo cuando mi amigo terminó su charla telefónica y continuaron con la entrevista.

Esta vez me dispuse a prestar atención a este hombre que había despertado semejantes sentimientos. Y a partir de las hormigas.

Entendí que hablaban del “Congreso de la Lengua Hispana” a desarrollarse acá en nuestro país. Y que el escritor remarcaba la importancia de la lengua madre que nos une. Vertía de manera erudita algunos términos que, supongo, hacían referencia a un bien hablar y a los puntos sobre los que giraría su ponencia.

Volvieron a servirnos café: Una mujer de tez oscura llenó las tazas y se retiró con la cafetera en la mano.

-Tota –dijo el escritor-. Fiel como pocas. Está con nosotros desde el tiempo en que los bolivianos comenzaron a llegar acá por trabajo. Gente muy leal.

La conversación continuó, pero yo me quedé otra vez con el ciruelo.

Subían y bajaban de lo lindo. Organizadas en fila y sosteniendo pesos desmedidos para su tamaño.

Estábamos a fines de dos mil cuatro y muy cerca de comenzar a oír otras noticias de Bolivia.

Soy de imaginación fácil, pero creo que en aquellas hormigas se me figuraron los rasgos de los Incas. Algunos rostros, rebeldes, altivos. Uno, en especial.

 

El Turco Azar (Alberto Suárez Azar) es uno de los creadores de “La Colmena”, vivió en Córdoba hasta 1985)

Ilustración: Alejandro Barbeito

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2 Respuestas

  1. Luis Tórtolo dice:

    Buenisimo. Me encantó.

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