La Mona Jiménez, primero en apagar la luz
Por Alejandro González Dago
∗ Ciudad de Córdoba - Escritor y hombre de radio |
Cada vez que una relación afectiva termina con un portazo porque una de las partes no quiere saber más nada con la otra, lo primero que se escucha es el ruido de la puerta al cerrarse. Y como según los decibeles que alcance el portazo es el tamaño de la pasión o la indiferencia que quedó atrás en esa relación, bien podría decirse entonces, a modo de metáfora, que según el portazo ha sido el amor.
Juan Carlos Jiménez Rufino, la Mona Jiménez, el cordobés más famoso, quien el 11 de enero del año que viene (2021) cumplirá 70 años, en plena pandemia virósica, en el umbral de una crisis económica descomunal que se avecina en todo el mundo como consecuencia del Coronavirus, y con un panorama incierto en lo laboral y sobre todo para las actividades de concurrencia masiva como los bailes de Cuarteto, acaba de despedir a todo su equipo de colaboradores y músicos en relación de dependencia que en total suman 29 personas.
Esta decisión que parece un reacomodamiento a la realidad virósica, es en realidad un portazo que ha dejado aturdida y conmocionada a toda Córdoba y a buena parte del país, y hasta es posible que con el tiempo aturda su propia historia. Y aunque han comenzado a conocerse algunos de los daños colaterales producidos fronteras afuera de esta ciudad como, por ejemplo, que tras la decisión de Jiménez algunos músicos de la Movida Tropical en Buenos Aires han comenzado a vender sus instrumentos para subsistir y dedicarse a otra cosa porque si la Mona Jiménez apagó la luz para ellos poco y nada queda, fronteras adentro, aquí en el pozo mismo y en las barrancas de esta ciudad de los pasos perdidos y los grandes secretos donde nada es lo que parece, la decisión de La Mona abrió otra grieta.
De un lado de la grieta, enardecidos y con la boca llena de insultos, están los que condenan a Jiménez por su decisión y hasta han vuelto a decirle negro de mierda. Y del otro lado de la grieta están los primeros que le dijeron negro de mierda hace cincuenta años y hoy, junto con sus hijos, comprenden la actitud de Jiménez porque según su evangelio el secreto de la felicidad consiste en reconocer que los números son los números y cuando la cosa no va, no va, papá.
Cincuenta años atrás a la Mona lo putearon los blanquitos y hoy lo putean los propios. Que de un lado lo critiquen y lo insulten hasta discriminarlo aquellos discriminadores que cuando son discriminados invocan a Jiménez con sentido de pertenencia tribual para hacer sentir el peso de la cantidad o de su bravura barrial, y que del otro lado de la grieta estén los que ahora lo apoyan aunque lo hayan insultado durante medio siglo y hasta juntaron firmas entre los vecinos del Cerro de las Rosas para echar del barrio a ese negro de mierda con olor a pata que nada tiene que hacer en un barrio como el nuestro que es un barrio como la gente porque aunque se vista de seda Jiménez queda, prueba algunas cosas.
Una de las cosas que prueba es que lo de Jiménez nunca fue tibio, pasajero, ni superficial. Durante 50 años la gente no iba a bailar con la Mona ni a escucharlo porque cantaba lindo. Jiménez nunca cantó lindo. Siempre cantó la vida de verdad. Y la vida de verdad, cualquiera lo sabe, no siempre es linda. La gente iba a verlo porque se sentían representados, porque la Mona era su líder, su conductor, y también su espejo. Además, esto prueba que la Mona nunca estuvo de paso en la vida de la gente por más cuarentena virósica o económica que hubiere. Pero hay otra cosa, algo más, que es lo preocupante: estamos repitiendo la historia y escupiendo para arriba. Y cuando los pueblos repiten su propia historia, involucionan. Tal vez por eso en el fondo de la grieta haya quedado tirada la razón.
Esta reacción de propios y extraños contra la Mona tal vez sea el precio que deba pagar porque según el portazo ha sido el amor.
Hace algunos años cuando decidí escribir la historia del Cuarteto (libro que se agotó en poco tiempo y no queda ni un solo ejemplar), durante tres años recorrí miles de quilómetros por nuestra provincia y por todo el país buscando el ADN de este ritmo. Se me ocurrió ir primero a Colonia Las Pichanas porque allí fue donde se presentó por primera vez ante el público un Cuarteto (la Leo), y casi cuarenta meses después terminé mi recorrido en un taller de la avenida Castro Barros donde le cambiaron el tren delantero a mi R18 que tanto exigí para buscar señales y testigos de una historia. Yo no sabía nada sobre Cuarteto. Mi ignorancia me había hecho caer en la soberbia de creer que el Cuarteto era una música menor, inferior, cuyo mayor mérito era ser pegajosa y bailada por multitudes de pobres, de sirvientas, y de marginados. Ni siquiera sabía dónde quedaba Colonia Las Pichanas y nunca en mi vida había ido a un baile de Cuartetos. Pero al buscar, la realidad fue la única verdad; había salido a buscar la historia de un ritmo pero me encontré con la historia de un pueblo, un pueblo que vive como baila y baila como vive, porque si no baila no vive.
Realicé más de 1.500 entrevistas y aunque había preparado unas veinte preguntas, en cada entrevista siempre (a propósito) repetí dos preguntas. Una era: Qué es el Cuarteto? y la otra Quién era el que mejor lo representaba. Cuando preguntaba qué es el Cuarteto, la mayoría se reía y mi miraba como diciendo: ¿quéloquedecís? Pero cuando preguntaba quién era el Cuarteto o el cuartetero que mejor los representaba, el noventa por ciento dijo La Mona Jiménez, y siete de cada diez personas me dijeron que hasta matarían o darían su vida por La Mona.
Por eso no entiendo cómo todavía hay personas que creen que La Mona Jiménez es apenas un simple negrito que canta Cuarteto.
Tuve la fortuna de hablar con las dos puntas de la historia. Primero con el maestro Miguel Gelfo y después con Rodrigo. Entonces tuve la certeza de lo que representaba el Cuarteto en el campo (que era lo máximo de una fiesta patronal), y lo que representaba en la ciudad. Allá era alegría, fiesta. Acá era contención social. Con Jiménez nunca hablé ni lo vi personalmente como no fuera de lejos en los bailes. Después que salió el libro a la calle en el año 2007 me llamó por teléfono su hijo, el Carli, y nos juntamos a tomar un café en un barcito del Mercado Norte.
En total asistí a 147 bailes de Cuarteto de los cuales 80 fueron de la Mona. Escuché mentiras y verdades. Hablé con los blanquitos y con los negritos. Los blanquitos no querían ser negritos y los negritos de vez en cuando querían ser blanquitos porque eran discriminados por su color de piel o porque les gustaba el Cuarteto. Tamaña experiencia me enriqueció como persona y como escritor. Averiguar e investigar y luego escribir la historia del Cuarteto me mejoró la vida, y también me permitió formar una opinión. Sé bien que la Mona Jiménez es el más grande cuartetero de todos los tiempos y es una leyenda viviente de la música cordobesa porque antes que ritmo y alegría le dio identidad a un pueblo discriminado, y para cualquier pueblo su identidad es su primera dignidad.
Y si a sus bailes también fueron violentos y marginales, es porque en esta parte del mundo lo que el hombre no le dio al hombre se lo dieron La Mona y el Cuarteto.
Discriminar a una persona que desde hace más de medio siglo representa, contiene y entretiene a millares de personas, es repetir la historia.
Los discriminados lo discriminan por negro, por haber ganado mucha plata, y por haber tenido un éxito interminable que lo hizo entrar en la historia. Pero olvidan o no recuerdan que Jiménez se ganó cada centavo arriba y abajo del escenario, porque además de sortear viviendas o chapas de taxi para que la gente tuviera un trabajo digno, cada vez que había una pelea en un baile, La Mona hacía parar la música, se bajaba del escenario, y de puro guapo, por las buenas o por las malas sacaba del recinto a quienes se peleaban. Después subía al escenario lo más campante, se secaba la transpiración, tomaba un trago y decía; -Vamos a seguir bailado?, y cinco mil almas seguían bailando como si nada.
Este resentimiento de ahora hacia Jiménez porque decidió despedir a sus músicos y colaboradores sólo es comprensible desde lo visceral, desde el estruendoso sonido de un portazo; desde una sensación de abandono.
Se dice que cuando esto del maldito virus termine llamará a sus colaboradores para que lo acompañen y todo volverá a ser como antes. Que mientras tanto hará su show desde una plataforma por Internet. Y que blúm, y que blam.
Es difícil, me parece. Algún cuartetero de moda tal vez pueda hacerlo y hasta puede irle muy bien adaptándose a los nuevos tiempos donde lo más compartido de aquí en adelante será la soledad.
La Mona Jiménez no creo.
Sería como verlo a Tosco en dibujos animados o a Messi en el fútbol cinco.
Tengo para mí que no es su éxito irrepetible lo que despierta bronca y ni siquiera que haya prescindido de sus músicos y colaboradores a cambio de una indemnización. Creo que lo imperdonable de la Mona fue la forma.
Le faltaron códigos.
El abogado de una empresa contratante comunicó la decisión de despedir a los marinos que junto a él remaron en mil tormentas por mil mares. Un abogado habló con la tripulación pero el capitán no. Tampoco habló con la gente, con aquellos que hubieran muerto o matado por él. Unos se enteraron por un abogado, otros por los diarios.
Vivió como un ídolo adorado e irrepetible y terminó como un empresario.
Y como ya se sabe que el evangelio de algunos empresarios dice que los números son los números y cuando la cosa no va, no va, la gente no deja de pegar portazos.
Fue el primero en apagar la luz. Nadie sabe quién será el último.
Y aunque esta pesadilla virósica parece no terminar, ni él ni la gente merecían este final.
Hubiese sido mejor terminar como el Trinche Carlovich y no como Paolo Rocca.
Alejandro González Dago
En un otoño sin La Mona Jiménez, el más grande de todos los tiempos que se equivocó al final.
En la Córdoba de la Nueva Andalucía, donde
desde hoy existe una libertad menos y una vergüenza más.
Ilustración: Mural de Horacio French y Lidia Viber.
https://eldoce.tv/cuarteteando/mural-increible-homenaje-la-mona-jimenez-puente-alsina-cordoba_77898