Green rain

Por David Picolomini

∗ Bell Ville, Provincia de Córdoba - Escritor |

“Hubo un día en que llovieron ranas, sapos y escuerzos”.

Me lo dijo el rubio Marcelo y la sedienta escena de esa mesa sobreabundada, enmudeció… Como si se hubiera tratado de la mayor de las revelaciones necesarias para la continuidad de la especie.

Era una de esas noches hiperkinéticas en “La Goleta”, donde, el objeto inexcluyente del encuentro, era poder compartir un viernes de escapada con la mejor jauría que se diera espontánea cita, en el epicentro mismo de la sudesteña localidad.

“¿Querés que te cuente?...” y “¡mozo!, otra vuelta...”, fueron disparados casi al unísono como autómatas mandatos ante la avenida circunstancia.

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La razón de razones horarias y el pre-cometido del personal allí actuante, disuadió -luego de una vasta exposición de adquiridos históricos derechos de nuestra parte- a quienes pretendíamos obtener, allí mismo, el completo desarrollo de la insólita e inesperada anécdota, regurgitada por el rubio Marcelo.

Sobrevino la molestia recurrente de tener que soportar el peregrinaje inducido de trasladar cuerpos a otros ámbitos, sin interrumpir en demasía las variables físicas o químicas de los casuales encuentros.

Así fue que, toda la gavilla -en mejores o peores condiciones- fue ganando aposentos en la exagerada iluminación que nominaba... “Servicentro San Cayetano”, que para eso estaba...

Entre 6:40 y ocho menos cuarto, con detenciones sanitarias; ocupó el largo y pormenorizado relato de mi eventual navegante de trasnoche.

“Así no me lo crean, yo vi llover, en el patio de mi casa, ranas, sapos y escuerzos...” insistía el cada vez menos rubio y más oscilante Marcelo.

Su expresión iba adquiriendo más énfasis a medida que los circundantes oyentes indisimulaban cada vez más su descreimiento. Las irónicas sonrisas y los codazos cómplices, comenzaban a ganar el entorno de la inusitada exposición del atribulado narrador.

Simétricamente o -como técnicamente se podría haber considerado- en magnitud directamente proporcional; las chanzas arreciaron, el alcohol desinhibió, la turba bramó y el rubio Marcelo rompía en ademanes y estertóreas manifestaciones...

“¡Boludo...! ¡Fue en los ’80, pasó acá en Bell Ville! Yo estaba en mi pieza, con la ventana que da al patio totalmente abierta, cuando comenzó a llover copiosamente...” -en tales términos, el seudo Galileo, intentaba sustentar su vapuleada experimentación.

“¡...Otra inoportuna lluvia que me impedirá salir!, dije sin conmoverme, aunque cuando, fuertes ruidos -como de bultos al caer- empezaron a ser cada vez más sucesivos; no tuve más remedio que fijarme... !”

“La voz del rubio Marcelo –atormentada y desinteresada en la aceptación del auditorio- machacaba su discurso, absolutamente para sí, sistemáticamente...” ¡El patio estaba todo verde! –ilustraba- ¡Mi propio patio lleno de sapos estrellándose uno tras otro!!

Y proseguía -“Algunos sobrevivían, otros permanecían quietos… Sapos mayores, sapitos, renacuajos, escuerzos... ¡Cientos!”

Pero, decime ahora, vos... ¡O, vos! –inquiría desencajado- ¿De donde vinieron?... ¡Aún yo no me lo puedo explicar y todos estos giles, están riéndose de mí...! –clamaba, a dos sorbos de la primera lágrima.

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En tanto, “San Cayetano”, transcurría su ritmo habitual de temprana mañana de sábado, de involuntaria mezcolanza de modalidades y rutinas. La postrimera cerveza y el “Carlitos”, o la típicamente diseccionada milanesa, viajaban entre las colmadas mesas, destinadas a convivir brevemente con precursoras tazas de café y el bizcocho inaugural, de los que recién consagraban al dios Febo.

“Yo también lo vi, fue en el 80...” se escuchó serenamente desde el rincón medio escondido que llevaba al sector de los baños.

Pocos se dieron vuelta para atender a la identidad del propietario de tales expresiones; la suerte del primer disertante estaba echada. Había sido plebiscitada por esa burla generalizada.

El rubio Marcelo y, quienes lo secundábamos en la patriada, volteamos solidariamente ante tal inesperada alianza.

El propietario del valeroso y breve concepto, no pertenecía a ninguna de las tribus pueblerinas de prolongados viernes nocturnos. Más bien, su aspecto, era el de un laborante y, sin que él lo manifestara, específicamente dedicado a la construcción.

Firme peinado entrecano al agua de un apurado toilette, en conjunción con duros rasgos legos en ironías y burlescas. Camisa en cuadrillé desgastado y vaquero de irreconocible nominación. Pañuelo al bolsillo posterior del pantalón y gorra de visera, depositada al alcance de la mano. No dijo más y volvió a su desayuno.

De inmediato, la cuestión perdió vigencia, el rubio Marcelo calmó sus conmociones y el resto de los habitués determinó, abruptamente, que, para ser viernes, a este día ya le había nacido un sábado por la espalda.

 

Relato: Green Rain - (2009) publicado en el libro "Desde el interior del Interior"
Imagen: Luz del Alma de Monica Cucui

 

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2 Respuestas

  1. Maly dice:

    Amigo, la pluma es prestada, la trajo un ángel ésa noche… Y tú la llevaste de recuerdos. Gracias. Abrazo!!!

  2. Ana Gigena dice:

    Cuando la escritura brota del alma, es mágico y maravilloso. 📝🥰

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