La madre
Por Francisco “Pancho” Colombo
∗ Wenceslao Escalante (1933), Córdoba (2023) - Poeta y Periodista
Digo Rosa y se me llena la boca de mamá.
Y pienso allá en la llanura
Mirando el tiempo en su costumbre secular
De vestir la tierra,
De dividir con justicia los climas,
De madurar los surcos uno a uno.
Veo otra vez las casas quietas
Con sus mujeres de negro y ropas baratas
llegarse hasta los húmedos pozo.
mirar sus fondos, murmurar frases gastadas
y llevarse el agua en los baldes como si fueran
cálices, mientas despertaban
a la siesta con la voz doliente de la roldana.
El trigo, los carros, las lluvias de perfil
y los baúles olvidados de los abuelos inmigrantes:
bigotes, corderoi y piamontés.
el caminar pausado de los obreros agrarios,
sudor sobre el lomo repetido de los naipes.
La jardinera de papá entrando sola
en las chacras que emergen de la noche
como silenciosas paladas de sombras.
Era allá en Escalante o Médanos de las Cañas,
Una región sin historia, tierra sola y plana.
Mi pueblo: un pueblo con domingos
De ravioles y vino tinto
Dormido en ebrias bordalesas
Y en donde los caminos pasaban de largo,
rumbo a cualquier parte.
Como nada nos pertenecía, en la iglesia
se nos preparaba para el cielo.
Ellos no saben que Cristo fue nuestro.
Oh, inocencia la de los pesebres.
Piensen ustedes en la alegría del pueblo.
La gente contaba los días en el almanaque
de los dedos de la mano:
“Hoy es martes, mañana miércoles, siempre jueves”.
Soñaba en el aire las cosas anheladas,
Tomaba mate junto al volcán diminuto del brasero;
lustraba los recuerdos, de los pobres la única moneda.
Los lunes, las mujeres encendían velas
y oraciones en el cementerio. Ellos
cabalgando sus sillas de mansa madera
esperaban en el viento los mensajes que nunca llegaron.
Siempre esas nubes, más arriba el mismo cielo:
el jornal trunco, la visita de la muerte
y el galope de la esperanza que jamás
se acercaba a sus palenques. Los días repetidos…
Mi madre tenía dos noches en sus ojos
y una risa llena de sonidos como una campana de oro.
La tristeza le oscurecía
Esos granos de maíz blanco.
Uno o dos días al mes, su cabeza era un solo
dolor redondo, un tambor de aguijones.
Le coronábamos la frente con rodajas de papa
y el dolor vencido, huía,
dejando en la tarde otros crepúsculos.
Así acostada, la ungíamos, inocentes,
de Mater Dolorosa,
Señora de los Ocho Puñales:
uno por cada hijo.
¡Salve Reina!, esclava del imperio tibio de la cocina,
Columna vertebral inclinada por el lavado,
fogonera de amor, patriota, ahora racimo de uvas,
fiscal justiciera, muda,
que no puedes decir que los dos palmos
de tierra que fertilizan tus pies
te pertenecen o pertenecerán
y ya te vas como los ríos….
Sin saber por qué me nacen muchedumbres
Interiores, rostros castigados, voces apagadas.
Pienso entonces en mi madre,
en sus manos de jabón y espuma,
en sus flores muertas en calladas agonías,
en su miedo cubierto de rezos
cuando las tormentas profetizaban llevarse
la casa por los aires y papa recorría la noche.
Pienso en ella, en ella solamente
que se desgastaba como un roto panal
en el silencio del campo, gota a gota.
¡Cómo no eternizarse en niña campesina,
en añorar el tiempo cuando la luna era luna
y con todos los hermanos vivía
en medio de las trillas y los cantos!
Con su voz de viento inacabable
el niño de ayer
sopla el fuego que me quema
y sobre el fabrica sus espadas,
no se cansa.
Ilustración de Alejandro Barbeito
Pancho Colombo, vecino de llanura, ha inmortalizado a las madres rurales de manera tan perfecta como voluptuosa. Poco podemos escribir sobre este tema sus vecinas/os que no fuese dicho ya por Pancho de Médano de las Cañas. Un cielo de llanura para vos, Poeta.