Te abraza la guitarra
con sus púas de madera
y sus tentáculos de alambre.
Te divisa las yemas
y ataca con la barriga izquierda.
Deja copiados en tu cuerpo
los apellidos de sus clavijeros.
Se persigna de acordes
y se deja sonar en tu regazo
con el vahído fino que conocen las madres
mientras fluye la música del pecho.