Maríaelena
Por Mariano Cognini
∗ Córdoba, Provincia de Córdoba - Escritor |
El diez de Enero dejó de existir María Elena Walsh o Maríaelena como a ella le gustaba que le dijeran. Los columnistas de todo el país escribieron unas notas alusivas muy oportunas, cargadas de referencias biográficas y citas artísticas. Yo, como siempre, estoy llegando bastante más tarde que el resto. Pero esta vez corro con una gran ventaja: Maríaelena era mi amiga.
Nuestra relación nació en el año sesenta y seis; por aquel entonces mi vieja era una jovencita –valga la paradoja- que hacía en Radio Nacional Córdoba sus primeras armas en la locución y el periodismo. Para ello, viajaba periódicamente a Buenos Aires cargando en una mano un enorme grabador portátil y en la otra a su querido primogénito -es decir, a mí- un bulto considerablemente menos portátil que el cachivache japonés. Así andábamos de subte en subte y de casa en casa visitando a los “famosos de en serio” o sea, a los de la capital federal, los únicos que salían en las revistas y en las radios.
Un frío día de agosto llegamos al departamento de María Elena, yo era, como siempre, el encargado de tocar el timbre. Dos grandes ojos celestes me abrieron la puerta y me flecharon en una fracción de segundo, había en ellos algo mágico que me enmudeció. Ella se agachó y me besó, pero yo tenía mis propias estrategias de seducción y fingí indiferencia. Además debíamos guardar las formas, treinta años de edad nos separaban.
Yo conocía a la perfección las dos reglas de acompañar a mamá en esta tarea, 1) No romper nada en las casas de los famosos y 2) Hacer silencio cuando ella apretaba en el grabador el botón rojo que decía “REC” Pero en ningún momento hizo falta que me llamara al orden, me pasé todo el reportaje callado y quieto, con los ojos clavados en su rostro, solo los desviaba cuando me miraba. Se ve que el rayo que lanzaban sus pupilas de cielo, era también paralizante.
Al momento de marcharnos la sorprendí con un beso de despedida, un beso silencioso, las palabras sobraban.
Regresamos a casa un par de días más tarde. En la mesa de la cocina mi viejo se puso a dibujar, apurado, unos avisos que debía entregar urgente a la agencia de publicidad en donde trabajaba. Yo ya había descubierto que dibujar servía para agradar a los demás. Me senté frente a él y con gran dedicación hice un retrato de Maríaelena y sus ojazos. Y ya que estaba también incluí a mis padres, al perro, a los amigos del jardín de infantes y a mis juguetes preferidos. Todos formaban parte del subconjunto llamado tal vez “mis afectos” o a lo mejor “toda estas maravillas tengo para ofrecerte a cambio de tu cariño".
En cuanto la obra de arte pictórica estuvo lista le pedí a mamá que se la enviase.
Un par de semanas después me llegó la respuesta, una carta tan celeste como una flor y otra flor celeste del jacarandá. Una carta que aún conservamos en álbum de fotos familiar como un trofeo de vida. En ella mi amiga, algo mayor que yo, me decía:
¬Buenos Aires, 12 de Agosto de 1966
Querido Mariano.
Hace mucho tiempo que quería tener un lindo retrato mío, con papá nenes y todo, de modo que podes imaginarte qué bien me vino éste que me dibujaste. Estoy muy contenta con el retrato.
También estoy contenta porque un pajarito me contó que sos un chico muy bueno, que nunca hace renegar a la mamá, que se porta requetebién y que cuando vaya a la escuela va a estudiar más que la Vaca Estudiosa.
Por todo eso me gusta mucho que seas amigo mío, y te mando un abrazo muy gordo y un mimo muy cariñoso.
Maríaelena
¿Qué pajarito le habrá contado eso de mí? Ignoraba que las personas tuviésemos un ave propaladora de virtudes personales, una especie de ángel ornitológico, seguramente sería un loro, un loro de lo más mentiroso en mi caso, un loro que expresaba sus mejores deseos en lugar de informar sincera y objetivamente.
Como fuere, el lazo de confianza ya estaba formalmente creado, había una declaración escrita de amistad, ya nada sería igual entre nosotros.
A partir de allí, cada vez que sonaba una de sus canciones, yo sentía que la había compuesto para mí porque la pobre no sabía dibujar y se las ingeniaba como podía para que no me olvidara de ella. Y aún sigo convencido de ello.
Y sé que me extraña y que algún día nos vamos a encontrar y vamos a charlar de tantas cosas que nos quedaron en el tintero desde nuestro último y único encuentro. Sé que así será. Me lo dijo un pajarito.
Publicado en Revista Matices, Marzo 2011.
Ilustración: Alejandro Barbeito