Malas palabras
Por Roberto Fontanarrosa
∗ Rosario, Provincia de Santa Fe (1944-2007) - Humorista gráfico y escritor |
No voy a lanzar ninguna teoría. Un congreso de la lengua es un ámbito apropiado para plantearse preguntas.
La pregunta es por qué son malas las malas palabras, ¿quién las define? ¿qué actitud tienen las malas palabras?¿les pegan a las otras palabras?, ¿son malas porque son de mala calidad, porque cuando uno las pronuncia se deterioran y se dejan de usar? Tienen actitudes reñidas con la moral, si obviamente, pero no sé quien las define como malas palabras. Tal vez sean como esos villanos de las viejas películas, las que veíamos que en principio eran buenos pero que la sociedad los hizo malos. Tal vez al marginarlas las hemos derivado en palabras malas.
Cuando yo decía que tal vez eran de mala calidad, arriesgando una teoría francamente disparatada, no parecería ser este el caso, porque a muchas de ellas cada vez se las escucha más saludables y más fuertes, al punto que en alguna época y creo que se les sigue denominando: palabrotas, lo que no deja de ser un reconocimiento.
De todas maneras, algunas de las malas palabras...no es que haga una defensa quijotesca de las malas palabras, algunas me gustan oras no me gustan, igual que las palabras de uso natural.
Yo me acuerdo de que en mi casa mi madre no decía muchas malas palabras, era correcta. Mi viejo, en cambio, era lo que se llama un “mal hablado”, que es una interesante definición, de alguien que es mal hablado, cosa que no era mi viejo que se expresaba muy bien, pero como era un tipo que venía del deporte, del básquet, e iban a jugar a esos barrios terribles, entonces realmente usaba muchas malas palabras. También se lo llamaba “boca sucia”, una palabra un tanto antigua pero que aún se puede seguir usando, vamos a ver que determina este congreso al respecto.
Era otra época, indudablemente. Había unos primos míos que jamás decían malas palabras, que a veces iban a mi casa y me decían: “Vamos a jugar al tío Berto”. Entonces iban se escondían en una habitación y puteaban. Lo que era la falta de la televisión en esa época que había que caer en esos juegos realmente ingenuos.
Ahora, yo digo, a veces nos preocupa y culpamos a los los jóvenes porque usan un vocabulario bastante estrecho. A mí eso no me preocupa, que mi hijo y los amigos de él insulten permanentemente. Lo que me preocuparía es que no tengan una capacidad de transmisión y de expresión y de grafismo al hablar. Como esos chicos que dicen: “Había un coso, que tenía dos cositas acá y de acá le salía un coso más largo”. Y uno dice: “¡Qué cosa!”.
Yo creo que estas malas palabras les sirven para expresarse, ¿los vamos a marginar o le vamos a cortar esa posibilidad? Afortunadamente, como ha sucedido a través de los tiempos, ellos no nos dan bola y hablan como les parece.
Lo que yo pienso es que brindan otros matices, algunas de ellas.
Yo soy fundamentalmente dibujante, con lo que uno se preguntará qué hace este muchacho acá arriba del escenario. Manejo muy mal el color, por ejemplo, pero a través de eso sé que mientras más matices tenga uno más se puede defender para expresar, transmitir algo, para graficar algo.
Hay palabras de las denominadas malas palabras, que son irremplazables: por sonoridad, por fuerza, incluso por contextura física.
No es lo mismo decir que una persona es tonta, o zonza, que decir que es un pelotudo. Tonto puede incluso incluir un problema de disminución neurológica, realmente agresivo. El secreto de la palabra “pelotudo” ya universalizada –no sé si esta en el Diccionario de Dudas– está en la letra "T". Analicémoslo. Anoten las maestras. No es lo mismo decir zonzo que decir peloTudo.
Hay una palabra maravillosa, maravillosa, que en otros países está exenta de culpa, esa es otra particularidad, porque todos los países tienen malas palabras, pero en algunos se ve que las leyes protegen algunas palabras y en otros no. Hay una palabra maravillosa que es “carajo”. Tengo entendido que el carajo es el lugar donde se colocaba el vigía en lo alto de
los mástiles de los barcos, para divisar tierra o lo que fuere. Entonces mandar una persona al carajo era estrictamente eso. Acá apareció como mala palabra. Al punto de que se llega a los eufemismos de decir “caracho”, que es de una debilidad absoluta y ….una hipocresía....no?.
A veces hay periódicos que ponen: “El senador fulano de tal envió a la m....a su par” y ponen puntos suspensivos, la triste función de esos puntos suspensivos, el papel absurdo que están haciendo, ahí merecería también otra discusión en este congreso de la lengua.
Voy a ir cerrando. Hay otra palabra que quiero apuntar, que creo que es fundamental en el idioma castellano, que es la palabra “mierda”, también es irreemplazable. Y el secreto de la contextura física está en la “R”, anoten las docentes, en la “R”, porque es mucho más débil como lo dicen los cubanos, “mielda”, que suena a chino. Y no solo eso, yo creo que ahí está la base de los problemas que ha tenido la revolución cubana, la falta de posibilidad expresiva.
Voy cerrando después de este aporte medular que he hecho al lenguaje y al congreso. Lo que yo pido es que atendamos a esta condición terapéutica de las malas palabras. Mi psicoanalista dice que son imprescindibles incluso para descargarse, para dejar de lado estrés y todo ese tipo de cosas. Lo único que yo pediría, no quiero hacer una teoría ni nada, es reconsiderar la situación de estas malas palabras, pido es una amnistía para la mayoría de ellas, vivamos una navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje que las vamos a necesitar.
Palabras de Roberto Fontanarrosa en el III Congreso Internacional de la Lengua Española. Ciudad de Rosario, 2004.
Ilustración: Alejandro Barbeito