Estampa

Por Josecarlos Nazario

∗ Santo Domingo, República Dominicana (1985) | Escritor

 

 

A Rubén Lamarche y Homero Pumarol

Poco a poco van dejando de ser bultos oscuros en movimiento y uno distingue. La noche la llevan a cuestas como un símbolo, como una respuesta que siempre supieron y nadie les preguntó. Vuelven del desastre.

Son máquinas de pensar el humo de los bares. Mecanismos del tiempo para escapar del tedio en un diálogo corto. Sombras que proyecta el fuego del placer y del dolor, hermanos de la noche.

Desbancaron las razones y hoy sus bufidos sostienen el ritmo de las calles coloniales.

Son leyenda. El cruce mítico que parió la época del rock y de la lucha. Los libros que leyeron fueron quemados por la indiferencia de un presente que se esfuerza en balbucir. Dejaron sus manuscritos viscerales sin gloria abandonados en el disco duro de alguna novia encinta. Rompieron los cristales de todos los escaparates. Corrieron contra el tiempo y lo vencieron. Ahora llevan el paso lento de quien sabe que no hay adónde ir.

Son del tiempo. Quebraron las reglas del verso y de la prosa y se sentaron en la esquina más abanicada y tranquila del bar con mejor música.

"Me olvidé un libro en Caciba", dice uno de ellos para revolver un poco las calles con su paso.

Ayer no pude escribir ni un solo párrafo y pensé en las tormentas que proyecta la sombra de Rubén. Me puse a leer Cuartel Babilonia en el carro a la misma luz naranja que dibujó sus caras al avanzar. Invoco con sus poemas algún encuentro donde escarbar para enterrar mis adjetivos, las palabras botas, los ronquidos de la edición descortés. Lo que abunda no daña cuando quien abunda tiene el talento de no dañar.

Los miro a ellos, con la mueca de agrado. No fingen ni se esfuerzan. Son pasajes de ida. La noche late con su paso y quienes llevamos sus libros a cuarta intentamos componer excusas para oírles tranquilos, distantes y cercanos como un saxo antiguo en Nueva York.

Ilustración: Alejandro Barbeito

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