Ardores
Por Jorge Isaías
∗ Los Quirquinchos, Provincia de Santa Fe - Poeta y prosista|
La tarde se inclinaba entre andrajos lentos, y aunque hombre, esperaba que lo amen, que dieran algo por su pequeño corazón, por ese corazón de pájaro, de ruinas que se corrían hacia el crepúsculo donde aquel pájaro dormitaba en el resplandor de unas nubes quietas, casi ciegas, tenebrosas quizás, no sé por qué, vigilante.
Donde ese rumor sombrío rujía ante ese acantilado quieto donde moraba el mar o tal vez un río, un cruzado dolor en bandolera de abril. Adocenados en aire mugiendo en los corrales vacíos donde un toro urdía otros silencios, en el eco rugiente que retumbaba en los pastos, dulzores cabalgando en pájaros de alas enormes con todo un cielo detrás.
Era entonces cuando entraba en punta de pie tu recuerdo, el temblor de tus pechos tan tibios, en el vaivén de ese peso del que sabían mis manos grandes acariciadoras de cielos, de tirantes colores sumisos de ardor. Entonces temíamos que el aire se cortara en resuello de ternero pequeño, de vagabundo silbido cuando las mojaduras insisten cortando los vientos, el vaho que salen de los hocicos babeantes, el grito estremecedor insistiendo en las madres, las que no dan más rodeando el silencio con sus ubres rebosantes de leche que no tomaran -sino mezquinamente- sus pequeños.
Todo era un sueño, yo nunca aprendí a extraer esa leche espesa vital alimento, comedero del mundo, saciedad de los niños hambrientos.
De todos modos, yo ansiaba entre sueños un dolor que mitigara el de la ausencia de tus pechos galopando la noche, hacia esa boca, esa boca tan mía y tan tuya donde no erraban las lenguas hambrientas y mi amor que te pensaba detrás de tus ojos húmedos quietos como el accionar del silencio.
Si no fuera invierno, si no fueran tan hueras las heladas hambrientas de rastros tan tibios, tan acotados de ardor fuera un racconto a cerrar las harturas del cielo, así deberíamos retener el fulgor del encuentro.
Ilustración: Óleo de Luis Chon Depego